InicioOpiniónNotas sobre el libro "Un dulce olor a muerte" de Guillermo Arriaga

Notas sobre el libro “Un dulce olor a muerte” de Guillermo Arriaga

Decir que la novela de Guillermo Arriaga está dentro del realismo mágico es objetivamente exagerado. El México que se nos presenta en Un dulce olor a muerte sin duda resulta extraño, anacrónico, estereotípico incluso, pero no llega a ser fantástico.

Desde las primeras páginas es fácil creer que la historia podría estar sucediendo prácticamente en cualquier lugar remoto del territorio nacional. No es sino hasta la mención de ciertos lugares específicos cuando encontramos pistas que ubican el escenario de la tragedia en la zona rural del estado de Tamaulipas, donde los lugareños son todos un poco pescadores, un poco campesinos.

Poco a poco encontramos distancia entre la temporalidad del relato con la de nuestro presente. Si bien en los pueblos tan lejanos de los núcleos urbanos pareciera que el tiempo no pasa, en esta novela hay situaciones que al paso de los años se han vuelto páginas de la historia nacional. Las transacciones que llevan a cabo los personajes, incluso cuando se trata de un refresco y un gansito en la tienda, se hacen en miles de pesos. Solo aquellos que vivieron la pérdida de los ceros a la moneda a principios de los 90’s verán esto como algo comprensible. Aun así, hay situaciones que parecieran ser inalterables en el panorama de nuestros paisanos. La migración interior y exterior en busca de mejores oportunidades, la tremenda corrupción de los cuerpos policiales y su completa inutilidad a la hora de impartir justicia siguen siendo realidades cotidianas en pleno 2024.

Destacable es también como a pesar de ser una novela negra, el crimen organizado no es un factor que tenga presencia en la trama. No existe la más mínima mención en todas sus páginas. Para cualquiera que fuese espectador de los días más crudos de la llamada guerra contra el narcotráfico, resultan más pesadillescas las historias que hoy en día llenan los encabezados que la trama misma de esta novela. No sea esto interpretado como una convocatoria a competir por cuál México es más sangriento: el real o el imaginado.

Se trata pues de un drama doméstico con varios Cliff hangers que hacen avanzar la trama. Es una narración donde los personajes se ven obligados a enfrentarse a una realidad en la que difícilmente pueden tomar decisiones libres, donde todo se torna en un callejón sin salida, asfixiados por la presión de la sociedad que los rodea o de sus propias pasiones carnales.

La construcción de los personajes es arquetípica. La vida en un pueblo chico moldea la psicología de los habitantes con relativa facilidad: el tendero, la viuda, la mujer adúltera, el amante, el jornalero, el guardia ejidal. Sin llegar a ser rulfianos, cada uno se construye sencillamente, en menos de un párrafo. Sus motivaciones, miedos y pasiones son bocetadas rápidamente, dándonos solo las líneas necesarias para continuar con el avance de la trama. Quizás la única excepción sea la anécdota de El Rojo Papadimitru, personaje incidental cuya aparición es comparable a la prosa de García Márquez. Por las aventuras de su vida, El Rojo podría estar fácilmente emparentado con la casta de los Buendía.

La película homónima de Gabriel Retes (1999) con un Diego Luna adolescente en el papel de Ramón puede resultar decepcionante. Las licencias tomadas en el guión, aunque parezcan mínimas, modifican radicalmente el ambiente pesado y sin esperanza que la novela posee. El lector no se entera de toda la información que existe sobre el crimen, y sabe tanto como la situación de los personajes se lo permite. La fatalidad parece guiar a los personajes a su fin último, duplicando la tragedia con sangre, sino pura, inocente. El espectador de la película, por otra parte, recibe prácticamente la solución al misterio y una confesión expresa de la boca del culpable, así como un inesperado cambio en el actuar de Ramón, evitando un segundo crimen. Este final podrá ser más amigable para ver con toda la familia, pero para ello sacrifica la ambigüedad de la historia, su máximo atractivo. En todo caso, la novela de Arriaga garantiza una lectura ágil y un buen estímulo para las mentes ávidas de un poco de Noir rural mexicano, salpicado de gotas carmesíes de fantasía

Columna por: Santiago de Jesús Vázquez Aguirre

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