Beatriz Fernández Herrero, Universidade de Santiago de Compostela
A pesar de las dificultades que entraña delimitar determinados períodos históricos, suele considerarse que en el siglo XV, por las múltiples circunstancias que concurren en él, se inicia el Renacimiento en Europa. Con él arranca un cambio de mentalidad que supone un interés creciente por el conocimiento del mundo.
En ese siglo tuvieron lugar importantes expediciones marítimas espoleadas por intereses políticos y comerciales pero también movidas por la curiosidad cultural. Los viajes estaban liderados por España y Portugal, dos países estratégicamente situados en los que se alentaba la expansión religiosa como consecuencia de las luchas contra el islam. Ambos contaban también con una gran experiencia marítima y exploradora que les permitía afrontar esta aventura.
Durante mucho tiempo se había considerado la Tierra como un disco plano moviéndose por el océano, pero poco a poco se fue imponiendo la idea de la esfericidad del planeta. Se inició entonces la construcción de mapas y cartas de navegación que, cada vez con una mayor precisión, planteaban la posibilidad de viajar a China siguiendo la ruta del oeste.
Estos factores, unidos al perfeccionamiento de importantes medios técnicos como el astrolabio, el sextante y, sobre todo, la brújula, permitieron el avance de la náutica. Así se dio comienzo a este intenso período de exploraciones.
Las ansiadas noticias del Nuevo Mundo
La llegada de Colón a América se enmarca en ese espíritu aventurero. No es difícil imaginar el asombro que para los exploradores españoles supuso encontrarse con un mundo hasta entonces no imaginado y lleno de novedades como el que allí hallaron.
Así pues, muchos de ellos dirigieron sus esfuerzos a conocer y dar a conocer todas las cosas extrañas acerca de la naturaleza, la geografía y los seres humanos que iban registrando. Esta sabiduría se adquiría, en parte, gracias al contacto cotidiano con las poblaciones de esos territorios, que compartieron muchos de sus saberes. La invención de la imprenta en 1440 posibilitó la difusión de todos estos conocimientos y las llamadas “noticias del Nuevo Mundo” se propagaron por Europa siendo recibidas, además, con un gran interés.
Entre estos hombres curiosos y abiertos de mente pueden encontrarse algunos religiosos, que, en su afán de buscar mejores métodos para expandir la religión cristiana, iniciaron un proceso de comprensión del mundo americano. Supieron darse cuenta de que en aquellas tierras y en aquellas culturas extrañas había muchas cosas valiosas que merecía la pena conocer y conservar.
Acosta y su obra monumental
Uno de ellos fue el jesuita José de Acosta, nacido en 1540 en Medina del Campo (Valladolid), que llegó a Perú en 1572 para ejercer como lector en el colegio que su orden tenía en Lima.
Al año siguiente de su llegada recibió el encargo de viajar al interior de la región (posteriormente recorrería también México) para observar las necesidades de los españoles. Él aprovechó eso para interesarse por los indígenas, aprendiendo su lengua y recopilando multitud de datos acerca de su cultura y de su territorio. Se sirvió, además, de los conocimientos de exploradores anteriores, como los que le aportó Polo de Ondegardo, tal como el propio Acosta reconoce en su obra fundamental, la Historia natural y moral de las Indias (1590).
Esta obra monumental está compuesta por siete libros. Estos, a su vez, pueden dividirse en dos partes: una primera mitad dedicada a la historia natural, que sigue el modelo de las obras antiguas que Acosta conoce, aunque incorpora los elementos propios del Nuevo Mundo, y una segunda centrada en lo que el propio Acosta denominó historia moral.
Los dos libros iniciales tratan de asuntos cosmográficos, geográficos y geoantropológicos, concluyendo que, en contra de lo que muchos pensaban, todas las regiones de la Tierra son habitables por los seres humanos. El tercer libro describe los cuatro elementos y sus fenómenos (los vientos, mares, ríos, lagos, volcanes, etc.) explicando cada uno a través del método experimental. El cuarto analiza la naturaleza en sus diferentes subdivisiones (minerales, vegetales y animales), tanto las especies autóctonas como las que fueron llevadas a América por los europeos o las que existen en ambas partes del mundo.
Los libros quinto, sexto y séptimo describen las “costumbres y hechos de los indios”. Al contrario que otros cronistas y exploradores, dota a sus protagonistas de una capacidad racional y de una plena humanidad que los hace similares a los europeos: habla de religión, cultura, organización social, instituciones e historia de los habitantes de México y Perú.
Acosta considera ambos aspectos, la historia natural y la historia moral, como indivisibles de una única realidad. Plantea también la interacción entre las distintas ramas del conocimiento natural y social (biología, geografía, química, sociología, historia) que configuran la ecología de los ecosistemas del planeta.
Precursor de una disciplina
Así pues, la gran diferencia entre esta obra y otras muchas que se escribían en la época sobre América radica en su convicción de la unidad del mundo, del que el Nuevo Mundo es parte. Para ello analiza la diversidad biogeográfica y cultural, que inaugura la conocida actualmente como ciencia de los sistemas de la tierra.
Esta disciplina considera como un sistema interrelacionado el conjunto de todas las partes que la componen y los saberes sobre ellas (geográficos, botánicos, zoológicos, meteorológicos, sociales, etc.). Todos estos aspectos conforman los ecosistemas del planeta.
De este modo, Acosta se anticipa y sirve de base a Alexander von Humboldt, a quien se considera como uno de los fundadores de la ecología y la ciencia moderna. Se sabe que Humboldt había leído a Acosta, porque lo menciona en su obra Cosmos. Un ejemplo muy claro de esa influencia puede verse en la corriente oceánica costera del Pacífico conocida como corriente de Humboldt, ya descubierta por el jesuita, que tiene una gran influencia en el clima y en la propia economía de la región.
Igualmente, y aunque nunca llegó a reconocerlo expresamente, es muy probable que las investigaciones y observaciones de Acosta hayan servido a Darwin para formular la teoría de la evolución en El origen de las especies.
Sin embargo, no puede decirse que este modelo sea original de Acosta. Pueden rastrearse antecedentes ya en obras de autores antiguos como Aristóteles o Plinio y de contemporáneos suyos, como Fernández de Oviedo, Cieza de León o Francisco Hernández. Esto nos lleva a concluir que los avances y descubrimientos científicos no surgen de forma aislada, sino que el conocimiento se desarrolla como una red en la que los estudios de los diferentes autores se entrelazan e implican mutuamente.
Este artículo surge de la colaboración con la Fundación Ignacio Larramendi, institución centrada en desarrollar proyectos relacionados con el pensamiento, la ciencia y la cultura en Iberoamérica con el objetivo de ponerlos a disposición de todo el público.
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Beatriz Fernández Herrero, Profesora Titular de Universidad. Área de Filosofía Moral, Universidade de Santiago de Compostela
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.