Ciudad de México.-Las cabezas colosales olmecas retratan a gobernantes ancestrales o personajes titánicos, porque la planificación y la organización de aquella civilización estaba en sus manos en gran medida, ponderó la doctora Ann Marie Cyphers Tomic, al participar en el ciclo de conferencias Lunes en la ciencia, organizado por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
Con seguridad “fueron hombres muy inteligentes y aunque para muchas personas parecían muy amables tenían metas y objetivos que quizá atropellaron los derechos humanos de la gente, al forjar la primera civilización de Mesoamérica”, afirmó la experta del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Cada miembro de esa sociedad sabía su lugar, porque así había nacido y resultaba complicado subir de rango, al igual que en muchas comunidades antiguas donde todos pertenecían a la autoridad máxima, que se consideraba un dios y exigía mucho a los habitantes.
Ante una posible revuelta y para mantener vigilado al pueblo mandaron hacer cuatro cabezas, colocando tres al norte del recinto funerario de los gobernantes y una en la plaza principal, sin embargo, hacia el final del esplendor de esa cultura, el crecimiento poblacional y las características geográficas de La Venta y San Lorenzo –islas en medio de pantanos con una limitada cantidad de tierra para el cultivo– provocaron escasez de comida y subsecuentes problemas políticos, económicos y sociales, a la par de la degradación del medio ambiente.
La especialista –que en 1990 emprendió una investigación sobre el pueblo originario de la primera capital olmeca de San Lorenzo, en Veracruz– explicó que existen 17 de estas esculturas, realizadas en roca volcánica de la Sierra de los Tuxtlas y cuyo primer hallazgo fue hecho por un campesino de Hueyapan en 1850, cuando se pensó que por los rasgos faciales representaban a africanos, pues tenían los labios carnosos, nariz ancha y cabeza negra, aunque fuera gris.
Esta hipótesis fue descartada por un estudio pionero de ADN aplicado a individuos de la región que determinó que el origen de esa civilización no estuvo en África sino en América, ya que comparten el más abundante de los cinco haplogrupos de ADN mitocondrial, característico de las poblaciones autóctonas del continente americano.
Además, se ha rechazado que esos monolitos sean iguales, aunque en casi todas resaltan estrabismo bilateral convergente; dorso plano; nariz ancha; mofletudos o cachetones; boca con comisuras hacia abajo; dientes redondeados –una marca de belleza– y cascos con insignia.
“Por todos esos atributos, se ha determinado que se trata de gobernantes bien cuidados –que portan orejeras– como se puede observar en aquellas piezas encontradas en San Lorenzo, La Venta, Tres Zapotes y La Cobata, que pueden apreciarse en el Museo Nacional de Antropología e Historia, los recintos regionales de Jalapa y Orizaba, o en la ruta olmeca del cerro El Vigía”.
La cultura olmeca gustaba también de modificar los cráneos de los niños antes de que cumplieran el primer año de vida, porque querían que todo mundo les reconociera y para eso ponían tablas y otros materiales en el dorso de la testa, con lo que iban creando una identidad.
“Las cabezas colosales son retratos de hombres, pues las mujeres no contaban para el arte monumental olmeca”, concluyó Cyphers Tomic.
El ciclo de conferencias Lunes en la ciencia es organizado de manera conjunta por la Academia Mexicana de Ciencias y la Oficina de Enlaces y Eventos Universitarios de la Coordinación de Extensión Universitaria de la Unidad Iztapalapa de la Casa abierta al tiempo.