Si el domingo te encuentra con la batería baja para iniciar una semana más, quizás estés de humor para una intensa película de acción que sucede en la ciudad Luz y que además puedes encontrar fácilmente en YouTube. Hablo de Distrito 13 (2004) de Pierre Morel, producida por el célebre Luc Besson (El quinto elemento 1997, León el profesional 1994), esta cinta es interesante, no solo por su trama sino por las cuestiones sociales y de planificación urbana que se plantean.
La película abre con el siguiente panorama: París, Año 2010. El gobierno construye un muro divisorio entre el distrito 13 y el resto de la ciudad luz ¿el motivo? La criminalidad es dueña absoluta de este ghetto; la policía es completamente impotente en esos recovecos donde las pandillas hacen su voluntad. Es una zona de multifamiliares de los 70’s donde la población es mayoritariamente de origen migrante. Todas las instituciones del estado están exiliadas y los edificios vacíos; ningún niño va a la escuela, no hay hospital público que opere y la comisaría está a punto de ser clausurada.
En esta tensa situación, Leïto, uno de los protagonistas de la historia, se queda con la mano extendida esperando el auxilio policial, lo que da como resultado el secuestro (y posterior esclavitud) de su hermana menor a manos de la pandilla más poderosa del distrito, esto a raíz de un ajuste de cuentas con su sanguinario líder Taha (una especie de Tony Montana argelino).Presa de la desesperación, asesina impulsivamente al desertor jefe de la policía, el cual, a la sazón, estaba en el día de su jubilación. Meses después, Leïto tendrá la oportunidad de vengarse y liberar a su hermana, junto con la inesperada ayuda de un oficial de policía encubierto en una misión conjunta en el corazón mismo del distrito 13. Sin embargo, ambos deberán superar sus diferencias y, sobre todo, cuestionar sus convicciones para descubrir las siniestras intenciones que el gobierno francés mantiene a escondidas de todos.
Lo que en la mente de los cineastas franceses es concebido como una distopía en un futuro no muy lejano (el cual irónicamente ya es parte del pasado), en la Ciudad de México es una anécdota más. O al menos así la pintan los medios de comunicación desde hace algunos años.
Hablo de un caso particular, el de la Colonia El Paraíso, antes llamada La joya, en la delegación Iztapalapa, apodada popularmente “El hoyo”.
La colonia nace como un asentamiento irregular, una acción espontánea a partir de la necesidad de vivienda de cientos de familias que perdieron todo en el sismo del 85. El epíteto proviene de la topografía del terreno donde se asienta, solía ser una cantera de tezontle. Literalmente hablamos de una enorme oquedad en las faldas de un cerro. No obstante, es inevitable hacer una metáfora con la fama de la colonia. Un agujero de mala muerte, un hoyo funky; un resquicio, una grieta donde la jurisdicción del estado simplemente no se arriesga a escurrirse. Artículos de Vice o reportajes de ADN 40 así lo cuentan, palabras más, palabras menos.
Al crecer como capitalino, es lugar común escuchar de la boca de algún conocido la existencia de zonas donde los delincuentes operan con total impunidad. Lugares donde la policía no se atreve a entrar.
Aún si la reputación de El paraíso es exagerada, el impacto cultural de la leyenda sigue dando que hablar. Al comparar ambas narrativas (la ficticia francesa y la semi-real mexicana) es destacable el relevante papel que juega el urbanismo tanto en una como en la otra. Un trazo caótico de las calles, donde la necesidad y la pobreza son los únicos planificadores urbanos, siempre forma parte del desarrollo histórico de las grandes ciudades.
Las desordenadas callejuelas y estrechos callejones retratados por Víctor Hugo en Nuestra señora de París son el escenario de la pintoresca corte de los milagros y sus sesiones nocturnas. Escenario medieval que sería parcialmente demolido por las renovaciones del barón de Haussman durante el gobierno de Napoleón III.
Bajo la excusa de una modernización y mejora sanitaria, las intenciones del emperador eran, sobre todo, políticas: la aniquilación de la comuna de 1871 demostraría la eficacia de esos amplios bulevares que dificultaban la construcción de barricadas y conectaban entre sí a los cuarteles de policía.
Si bien México no se queda corto con ejemplos de ciudades de urbanismo de plato roto, estas son más bien las urbes donde la minería era la actividad económica principal. Las irregularidades del terreno fueron las responsables de este urbanismo, más que el crecimiento desmedido de asentamientos no regulados.
La traza española de la ciudad de México fue desde el principio ordenada, ortogonal, heredera de las antiguas ciudades romanas y, sin embargo, hoy en día al enorme conglomerado de la ciudad y la zona metropolitana no le faltan zonas donde se aplica una de las máximas del populacho: “si no conoce, ¡no vaya!”
Al fin de cuentas no se trata de demonizar los lugares que son el hogar de miles de personas que sobreviven día a día, a pesar de la policía coludida con la criminalidad, triste realidad para muchos. Los asentamientos irregulares son, después de todo, una consecuencia del fracaso institucional al garantizar la vivienda digna.
Lo primordial al observar estos fenómenos urbanos es ir más allá del prejuicio para analizar la ruta hacia una ciudad habitable para todas las conciencias.
El grotesco complot autoritario del gobierno francés en la cinta de Morel parece impensable para la nación del lema Liberté, égalité, fraternité, pues está más emparentado con el dicho célebre muerto el perro se acabó la rabia. Por fortuna, esa solución final nos sabe todavía fantasiosa y lejana en estos días de capitalismo tardío. O al menos, eso espero.
Columna: Santiago Vázquez Aguirre